La fantástica imagen del chalet Sanginés publicada en el segundo volumen del excelente trabajo realizado por Lola Horcajo y Juan José Fernández Beobide sobre las villas de San Sebastián ha sido el nexo de unión que ha permitido ponernos en contacto e intercambiar información.
Gracias a su colaboración tenemos más información sobre la imagen y su autor. Pertenece a una colección de fotografías en su mayoría sacadas por José Brunet Bermingham que ahora se conserva en el Archivo del Marqués de la Real Defensa. La familia Brunet era una importante saga de industriales y banqueros donostiarras del siglo XIX. María Carmen Brunet Fernandez de Arroyabe, madre de Evaristo Churruca Brunet, era tía de José Brunet.
José Brunet era tenido por uno de los fotógrafos amateur más importantes de la ciudad a finales del siglo XIX y en su colección estaba incluida esta fascinante villa. Dado que la mayor parte de las fotografías correspondían a San Sebastián y su entorno, los autores de la citada obra trataron de buscar su posible ubicación en este ámbito. Dedicaron muchas horas a consultar planos y revisar miles de fotografías en vano. No aparecía, ya que el maravilloso chalet se había construido para disfrutar de las magníficas vistas del Abra, que a fines de aquel siglo eran comparables a las de La Concha.
¿Qué vínculo tuvieron los Brunet con Sanginés para hacer esta foto? Lo desconocen. No parece haber ninguna relación familiar ni con Sanginés ni con Balparda, aunque no era difícil que, entre estas familias de la alta burguesía, fueran frecuentes las relaciones mercantiles. La fotografía del chalet Sanginés se encontraba en el mismo álbum y cerca de otra imagen de la magnífica torre de Arteaga.
Por tanto, la fotografía pudo ser sacada durante un viaje a Bizkaia, durante una visita a su primo Evaristo, por ejemplo. Lo singular de la construcción era motivo suficiente para sacar la fotografía.
Singular, pero no única. En aquella época, tercer cuarto del siglo XIX, podemos encontrar en la prensa anuncios de venta de construcciones prefabricadas, de segundas residencias de verano, como hoy en día. Este fenómeno es posible porque coincide en el tiempo la predisposición de la alta sociedad por las segundas residencias estivales y el desarrollo de la industria (al principio ligada a la expansión de los ferrocarriles) que permite esa fabricación de piezas en serie. Un ejemplo de una construcción muy parecida al chalet Sanginés, sin la torre-faro, es el diseño propuesto por la empresa parisina Pombla, Fréret, Seguineau & Cie, en 1854.
En el caso que nos ocupa, la empresa Waaser se promocionó en la Exposición Universal de París de 1867 construyendo un pabellón con piezas de madera de fácil ensamblado y desmontaje. El tejado de pizarra también era removible. Y, además, publicó anuncios en la prensa de la época. Como podemos observar, respondía al diseño que presenta el chalet Sanginés.
Se vendía poco menos que por correspondencia y se construía (en su mayor parte prefabricada) en cualquier lugar, en donde el cliente deseara. Por lo tanto, es probable que hubiera varias iguales. Desde luego, una al menos.
Al concluir, el 31 de octubre de 1867, la Exposición Universal de París, la edificación fue desmontada y vuelta a ensamblar en la localidad costera, balnearia, de Trouville-sur-Mer, en Normandía, para servir de segunda residencia para la sra. Pirard. Desgraciadamente ya no existe, pese a que en aquella población como en la contigua de Deauville, se conservan la mayor parte de las magníficas villas de la Belle Époque como si estuvieran recién construidas, al menos exteriormente. Numerosas postales de época nos sirven de testimonio.
Y diez años después, en febrero de 1878, se comienza a edificar en Santurtzi una réplica de Villa Amèlie, su hermano gemelo, el chalet Sanginés.
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