La interesante historia de los cementerios santurtziarras, que he resumido en el artículo publicado en noviembre en ensanturtzi.com, puede dividirse en tres periodos:
- hasta aproximadamente 1815, cuando los enterramientos se hacen en torno a la iglesia y en su interior,
- entre 1815 y 1932, cuando se realizan en el cementerio viejo,
- y desde 1932, cuando se realizan en el cementerio actual.
En primer lugar, hay que aclarar que enterrar a los difuntos en el entorno de los templos data de antiguo y es previa a los efectuados en el interior. En Bizkaia existen numerosos ejemplos de cementerios de la Alta Edad Media situados en torno, alrededor, o junto a un templo. A partir del siglo XII comenzaron a realizarse enterramientos en el interior de las iglesias, sobre todo en las pertenecientes a órdenes religiosas. Esta costumbre se consolida por razones religiosas y económicas. Se pensaba que los enterramientos en el interior del templo hacían más efectivos los sufragios por el alma de los difuntos, al facilitar el recuerdo de los muertos y favorecer la intercesión de los santos. Y la Iglesia no lo desmentía porque, a la vez que conformaba a los creyentes, constituía una muy buena fuente de financiación de las arcas eclesiásticas. Para el siglo XVI ya era general la costumbre de enterrar dentro de las iglesias, que perdurará hasta el siglo XIX.
Los enterramientos en el interior de los templos generalmente ocupan bien los tramos delanteros o los traseros de la nave central. Las tumbas pueden ser simples fosas abiertas en la tierra sobre las cuales se disponen cubiertas de madera o sepulturas más elaboradas construidas con piedras y ladrillos y cubiertas por dos o tres losas de piedra. Esto en lo que concierne a sepulturas de personas comunes ya que las familias más distinguidas económica y socialmente tenían sus propios enterramientos, más o menos elaborados artísticamente, dentro de los templos. Tanto el clero parroquial como las distintas comunidades religiosas tenían instalado su propio osario en lugar privilegiado, cerca del presbiterio o en torno al altar mayor.
Según constatan sus respectivos libros de fábrica, una mayoría de templos vizcaínos renuevan a lo largo del siglo XVIII, fundamentalmente a mediados de siglo, sus necrópolis interiores, reestructurando el espacio sepulcral. En el territorio perteneciente al Obispado de Calahorra-La Calzada, en el que se incluía Santurtzi, una norma de 1700 establece que no puede utilizarse una sepultura hasta que no haya transcurrido un año desde el último enterramiento, y cuando se haga, se vacíe la tumba y se llene de tierra. Por lo tanto, lo más habitual era el vaciado de la sepultura antes de proceder a una nueva inhumación y el traslado de los huesos al osario. Los osarios se construyen, reconstruyen y trasladan tantas veces como sea necesario. La presencia de osarios localizados en el interior del templo o adosados a alguno de sus muros exteriores o incluso un poco alejados de la iglesia es una práctica generalizada.
En lo que concierne a San Jorge de Santurtzi, en 1605, el visitador general del arzobispado de Burgos, el licenciado Antonio de Valderrábano, mandó que las sepulturas que estaban de media iglesia hacia adelante se llenaran de tierra y se allanase el suelo, para que el nivel llegase hasta la primera grada que llevaba a la capilla mayor. Seguidamente, indicaba que, en el crucero de la iglesia, las gradas del altar mayor se iniciaban sobre la sepultura de Lope de Bañales (señor de la casa-torre de Bañales en Santurtzi, fallecido en 1563), y ordenaba a su sucesor, Martín de Bañales, que la quitase y sacase de la iglesia, dejándola desembarazada, sin bulto ni tumba, y que una vez quitada la tumba pudiese poner en su lugar una piedra y lápida sobre dicha sepultura, la cual podría elevarse media cuarta de vara.
Respecto al cementerio anexo, en un testimonio notarial otorgado por Antonio de Laya y Murga en 1668 se levanta acta de la colocación de veintidós cureñas en el cementerio de la iglesia de San Jorge de Santurce, y sus alrededores, por orden de don Pedro de Amabiscar, Síndico Procurador General de las Encartaciones.
Este testimonio viene confirmado en la imagen, correspondiente a 1684, incluida en informe que el capitán portugalujo Juan de Taborga realizó sobre las baterías de costa que protegían el Abra. En el dibujo se aprecian las baterías y otros edificios significativos en el puerto. En el centro se encuentra representada la iglesia de San Jorge con todo el recinto que le circunda destinado a cementerio.
Entre febrero y abril de 1990 se realizaron obras de pavimentación del suelo de la iglesia y se aprovechó para realizar un limitado estudio arqueológico de los restos descubiertos durante las obras. Se pudo observar que el nivel del suelo había sido elevado un metro aproximadamente con relleno de tierra traída de fuera, tierra oscura y suelta que presentaba abundantes restos óseos humanos del siglo XVIII sin conexión anatómica alguna y procedentes de ese cementerio anexo al templo, ubicado a su alrededor.
Apareció además un elemento relevante, la tapa de sarcófago con base plana y a dos aguas, con acanaladuras longitudinales remarcando las aristas y bordes de la pieza, que cronológicamente habría que datar o situar en la Baja Edad Media. Hoy permanece olvidada en una esquina de la iglesia.
Y lo más importante, aparecieron restos pétreos prerrománicos cuyo origen sería la primitiva ermita que se dataría en los siglos VIII o IX, pero este es otro tema…
Mediado el siglo XVIII el reformismo ilustrado desarrolló una intensa campaña de tipo higienista contra los enterramientos en el interior de los templos y en los atrios de las iglesias parroquiales situadas dentro de los núcleos urbanos, ya que el incremento demográfico empezaba a originar graves problemas de salubridad.
Con motivo de una virulenta epidemia sufrida en Pasaia (Gipuzkoa) en 1781, el hedor que se percibía en la iglesia parroquial era insoportable, además de insalubre. El 3 de agosto de 1784 una Real Orden de Carlos III disponía que a partir de entonces los cadáveres no fueran inhumados en las iglesias. Tres años más tarde, esta medida fue ratificada por una Real Cedula firmada el 3 de abril de 1787. Carlos III ordena que los enterramientos se realicen en cementerios y que éstos se construyan alejados de las poblaciones.
Sin embargo, la aplicación de esta orden se dilató al menos hasta la primera década del siglo XIX, tanto por las limitaciones presupuestarias de las administraciones parroquiales como por las resistencias de los feligreses apegados a sus creencias y tradiciones y la oposición de la Iglesia, que la consideraba una injerencia inaceptable del Estado en sus prerrogativas en el ámbito funerario. Además, la medida le causaría un importante perjuicio económico por la pérdida de ingresos por derechos de sepultura.
Según la Real Cédula, la construcción de los nuevos cementerios requiere el acuerdo entre autoridades civiles y eclesiásticas, la ejecución de las obras se hará con el menor coste posible y se costearán con fondos parroquiales y públicos, más o menos al 50%. En caso de discrepancia se impondrá la resolución de la autoridad civil.
La construcción de cementerios alejados de los núcleos de población no fue inmediata, al contrario se demoró y mucho. Prácticamente antes del comienzo del siglo XIX no se había llevado a cabo ninguna edificación mortuoria de este tipo de forma generalizada. En consecuencia, Carlos IV en una circular de 28 de junio de 1804 reitera las órdenes, por entonces incumplidas, de la Cédula de su antecesor. Se recordaba, una vez más, la idoneidad de construir los cementerios fuera de las poblaciones, de acuerdo a una serie de recomendaciones: situarlos en lugares altos, alejados del vecindario y sin filtración de aguas. José Bonaparte, en un decreto de 4 de marzo de 1809, establece que para el día 1.º de noviembre de ese año se arrestase a los miembros de la Clerecía y las Municipalidades que no hubieran cumplido con su obligación en cuanto a la construcción de cementerios. A partir del 31 de octubre de 1814, la Diputación dispuso que no se enterrara cadáver alguno en las iglesias.
Por tanto, la llegada del siglo XIX viene a marcar el abandono del interior de los templos con fines sepulcrales, transfiriéndose dichas funciones a los camposantos externos, que están ya construidos en el primer cuarto del siglo XIX. Y así debe suceder en Santurtzi aunque no he encontrado, hasta el momento, datos concretos de la construcción del primer cementerio de nuestro municipio. Cierto es que hacia 1815 se procede a entarimar el suelo para hacerlo más firme y sólido. Es en ese momento cuando se nivela el subsuelo y se rellena hasta conseguir una superficie totalmente plana sobre la que instalar la tarima de madera. Y así se abandona definitivamente la costumbre de enterrar a los difuntos en el interior de la iglesia.
La construcción de este nuevo cementerio, hasta cierto punto alejado de la iglesia de san Jorge tiene, relación con la necesidad de edificar una casa consistorial que hasta entonces no había hecho falta ya que los cementerios adosados a los muros exteriores de iglesias parroquiales tenían otra función, que ahora puede parecernos asombrosa o extraña. Eran los lugares en donde se reunían los habitantes de un concejo en asamblea. La costumbre de reunirse en los cementerios para celebrar ayuntamientos se reforzó cuando la mayor parte de estos cementerios adosados se cubrieron con pórticos. De hecho en la documentación de los siglos XVI al XIX se utilizan indistintamente los términos cementerio, atrio y pórtico para hacer alusión a una misma realidad. De aquí procede la denominación de anteiglesia que emplean muchos municipios de Bizkaia.
Así, el 1 de julio de 1827 el Ayuntamiento del Concejo de Santurce inauguraba y se reunía por primera vez en la primera casa consistorial de su historia. Hasta ese momento, las asambleas de regidores y vecinos, en el tradicional concejo abierto, se habían realizado en el cementerio anexo a la iglesia de San Jorge, bajo su pórtico. Hasta entonces, la iglesia parroquial había sido no solo el centro de la vida religiosa sino también de la civil del municipio y en su archivo se custodiaban no solo los libros de culto y clero, incluidos los de la cofradía de pescadores, sino también los libros de actas del concejo. Nuevos aires llegaban, poco a poco, a Santurtzi.
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[…] las asambleas de regidores y vecinos, en el tradicional concejo abierto, se habían realizado en el cementerio anexo a la iglesia de San Jorge, bajo su pórtico. Hasta entonces, la iglesia parroquial había sido no solo el centro de la vida […]