pórtico y barómetro

Bajo el pórtico de la iglesia de San Jorge, empotrado en una hornacina rectangular pasa perfectamente desapercibido un termómetro-barómetro de fabricación moderna que ha perdido, en la actualidad, gran parte de su utilidad gracias a las nuevas tecnologías y aplicaciones para móviles que nos permiten saber al momento y en cualquier lugar la temperatura real, la sensación térmica, la humedad relativa y hasta la velocidad del viento.

Sin embargo, hace más de cien años estos conocimientos no solo eran útiles sino imprescindibles para los abnegados arrantzales que todos los días salían al Abra a faenar en sus frágiles traineras. Consultar un barómetro de precisión no estaba al alcance de cualquiera y conocer de antemano la climatología, pronosticar el tiempo, podía significar, en un momento dado, salvar la vida, si anticipaban una de esas galernas tan típicas de nuestro mar Cantábrico.

Esta es la razón por la cual a finales del siglo XIX en numerosos puertos pesqueros, bien por iniciativa de las autoridades municipales, bien gracias a un generoso benefactor, se instalaron algunos termómetros-barómetros públicos, al igual que tantos relojes mecánicos, tanto para uso de los arrantzales como de los ciudadanos en general, como ya existían en otros muchos puertos pesqueros del norte de Europa. Los numerosos relojes públicos supusieron una transformación radical de las sociedades occidentales, por su influencia en las actividades cotidianas ya que, entre otras cuestiones, regulaban los trabajos y las obligaciones religiosas. Los más escasos termómetros-barómetros no tuvieron tanta importancia pero, sin duda alguna, sirvieron para evitar muchos infortunios. Tampoco podemos olvidarnos de otros instrumentos más escasos aún: los mareómetros y mareógrafos, de los cuales tenemos un ejemplo único en Portugalete.

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En el caso de Santurtzi, el origen del primer termómetro barómetro no está claro. A esta, como a otras muchas historias relativas a la memoria histórica de nuestro municipio, hemos llegado tarde. Ya no hay testigos vivos ni testimonios fehacientes. Solo conservamos un relato publicado por Jenaro Urtiaga en su imprescindible obra Monólogos de una sardinera santurzana.

Jenaro Urtiaga nos relata una leyenda, la de un joven zapatero que vivía ya a mediados del siglo XIX. Un joven con inquietudes y facultades, autodidacta, que dedicaba sus ratos libres a leer y a estudiar. Cuando se creyó capacitado abandonó su oficio de zapatero y se embarcó como marinero en un barco velero de los que hacían viajes a Ultramar, a Cuba y Puerto Rico, y a Filipinas, las últimas colonias, y a Inglaterra, a donde se exportaba por miles de toneladas el hierro de los montes de Triano.

Pasaron los años y un día un navío del que ya era capitán ancló en el Abra. El joven se había transformado en un hombre ancho, fuerte, no muy alto, de voz autoritaria, recortada perilla y frondoso bigote. Su nombre, según nos cuenta Jenaro Urtiaga, era José Baguineta y desde que fue capitán se empeñó en que le llamasen Don José. Sin embargo, en el pueblo, y a modo de chanza, todo el mundo comenzó a llamarle capitán Butifarra, seguramente porque su físico rechoncho y bajito les recordaba esa clase de embutido. Pues bien, en cierta ocasión, a la vuelta de uno de sus viajes a Inglaterra, el capitán Butifarra trajo desde  Londres un regalo para los arrantzales santurtziarras, regalo que se desembarcó de incognito, para evitar pagar aranceles y arbitrios. La picaresca ha existido siempre…

Respecto a la identidad del capitán Butifarra, después de examinar diversos documentos, entre ellos el censo electoral de 1895, creo que se trata de José Basteguieta, nacido en 1850, capitán mercante de profesión y domiciliado en la plaza actualmente denominada de Juan José Mendizabal. Este marino, era capitán de un vapor mercante llamado precisamente Santurce, propiedad de la naviera Sota y Aznar, a finales del siglo XIX y probablemente hasta 1903, en que el vapor naufragó en las costas inglesas, salvándose toda la tripulación.

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Otra versión, recogida por Luis Pinedo en sus Apuntes históricos, nos dice que la iniciativa partió del Ayuntamiento que, en 1894, decidió adquirir un barómetro con destino a los marinos y al público. Quizás la persona encargada de adquirirlo en Inglaterra y transportarlo hasta Santurtzi fuera el mencionado capitán José Basteguieta y de ahí la leyenda antes citada.

En cualquier caso, se trataba de un moderno y completo termómetro-barómetro que se instaló en un principio en el portal de la antigua casa consistorial. Cuando se derribó para construir la actual, más o menos en el mismo solar, allá por 1903, el aparato fue colocado en un nicho u hornacina excavada en uno de los contrafuertes de la iglesia de San Jorge, a la derecha de la puerta de acceso, bajo el pórtico. Y ahí continuaría como testigo de la intensa relación de nuestro municipio con la mar, si no hubiese sido robado en una fecha indeterminada, a finales del siglo XX, más o menos cuando cumplía 100 años de su llegada a Santurtzi. Poco antes fue víctima de un acto de vandalismo. Un buen día amaneció roto y su mercurio derramado sobre las losas del pórtico. Reparado y sometido a una profunda limpieza, nuestro instrumento volvió a lucir reluciente en su emplazamiento habitual hasta que poco después descubrimos que lo habían robado. Las circunstancias de este delito que nos ha privado de un elemento fundamental de nuestro patrimonio histórico permanecen ignotas.

Respecto al aspecto y características de nuestro añorado termómetro-barómetro también andamos escasos de información. Tenemos que volver a recurrir a Jenaro Urtiaga que ofrece algunos datos. Se trataba de un instrumento fabricado en Inglaterra en la última década del siglo XIX por una prestigiosa casa inglesa especializada en este tipo de instrumental científico y óptico, Negretti & Zambra, fundada en 1850 por Enrico Angelo Ludovico Negretti (1818-1879) y Joseph Warren Zambra (1822-1887). Tal era la fama de sus instrumentos que fueron nombrados proveedores oficiales de la reina Victoria, del príncipe Alberto y de su hijo, el rey Eduardo VII, así como del Observatorio Real, de la Armada del Reino Unido, etc.

Al principio, los arrantzales se mostraron escépticos en cuanto a la validez y utilidad del aparato y preferían seguir oteando el horizonte desde la atalaya de Mamariga, junto a la ermita de la Virgen del Mar, para adivinar desde allí el tiempo futuro. Pero, poco a poco, fueron comprobando que aquel instrumento acertaba casi siempre y comenzaron a reunirse en torno a él los atardeceres en los que había dudas sobre el tiempo del día siguiente. Incluso se le dedicó unos versos:

Al termo-barómetro

 Aparato moderno, preciso y valioso,

Barómetro querido, más que el oro precioso.

Te adoramos si anuncias tiempo bueno y hermoso.

No te odiamos si indicas que será tormentoso.

¿Por qué?

Porque mucho nos ayudas

al predecirnos que vienen

las galernas.

Porque por ti hay menos viudas

aunque casi se nos llenen

las tabernas.

Porque del puerto zarpamos

si tiempo de navegar

vaticinas.

Y anchoas y atún pescamos

y otros peces de la mar,

y sardinas.

A día de hoy desconocemos el aspecto externo del termómetro-barómetro. No se conoce ninguna fotografía antigua ni ningún testimonio escrito que lo describa. Tres son las posibles alternativas que propongo, por ser los modelos de la época más frecuentes en los puertos británicos que, sin duda, serían los ejemplos a imitar:

2 Termómetro barómetro-6 (1880)

Como siempre, cualquier comentario al respecto será bien recibido.

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