En esta coyuntura en la que parece que las horas no pasan, que se hacen eternas, voy a dedicar una extensa entrada a un reloj. ¡Espero que sea entretenida!
Los primeros relojes mecánicos aparecen a finales del siglo XIII. Se ubicaban en lugares altos y públicos, generalmente torres (campanarios). Muchos de estos primitivos relojes no poseían una esfera visible al exterior, incluso se caracterizaban por tener una sola aguja (no poseían minuteros) y muchos menos se construían con sonería automática unida a los mecanismos propios del reloj. Era muy habitual ajustarlos dos veces al día con los relojes solares o meridianas para poder asegurar su precisión.
Los descubrimientos y mejoras introducidas por los inventores de los siglos XVI y XVII, fundamentalmente el péndulo, forjaron relojes mecánicos cada vez más precisos y regulares. Las mejoras incluyeron la posibilidad de reducir el tamaño de la maquinaria de forma progresiva, hasta lograr que los relojes fuesen portátiles. Aparecen los primeros relojes de bolsillo, solo al alcance de unos pocos.
En el siglo XIX, aunque la fabricación en serie de relojes de bolsillo abarató su precio seguían estando fuera del alcance de la mayor parte de la población a la que le resultaba imprescindible recurrir a los relojes públicos. Los numerosos relojes públicos instalados en las principales ciudades supusieron una transformación radical de las sociedades occidentales, por su influencia en las actividades cotidianas ya que, entre otras cuestiones, regulaban los trabajos y las obligaciones religiosas. En las poblaciones más pequeñas, la costosa instalación de estos relojes públicos se sufragó, en muchos casos, con el apoyo económico de algún destacado prócer local. Es nuestro caso, el reloj de la iglesia de san Jorge, obra del insigne relojero José Rodríguez de Losada, fue donado por Francisco Luciano y Cristóbal Murrieta.
La vida y obra de este prestigioso maestro relojero ha generado un buen número de trabajos biográficos, temáticos (sobre el mundo de los relojes) y también literarios de grandes escritores coetáneos a él, como Benito Pérez Galdós o José Zorrilla, íntimo amigo suyo al que salvó de numerosos aprietos económicos. Sin embargo, presentan algunos datos erróneos que se han repetido hasta ahora y que una reciente investigación ha desvelado y corregido.
El maestro relojero nació en el pueblo de Iruela, dependiente entonces de la cercana villa de Losada y actualmente pedanía del municipio de Truchas, en la provincia de León. Era hijo de Miguel Rodríguez y de María Conejero, pero fue conocido como José Rodríguez Losada o José Rodríguez de Losada y marcaba sus obras con la firma J. R. Losada.
Al contrario de lo que tradicionalmente se ha aseverado, el relojero Losada no nació en 1797 ni se llamaba simplemente José, según las investigaciones desveladas en julio de 2016 por Francisco Cañueto, promotor del monumento dedicado al relojero que se erigió en 1993 en su localidad natal. Ha sido fundamental su minucioso trabajo de búsqueda y, sobre todo, de cotejo de los libros sacramentales de Iruela (bautismo, matrimonio y defunción).
El matrimonio formado en 1796 por Miguel Rodríguez y María Conejero tuvo varios hijos e hijas, algunos de los cuales murieron al poco tiempo de nacer a causa de la alta mortalidad infantil de ese tiempo. Por otra parte, en aquella época, era habitual poner a un recién nacido el mismo nombre que había tenido un hermano muerto previamente. Y este es el caso y de ahí la confusión.
Un hermano de nuestro personaje, bautizado como José [Rodríguez Conejero], fue bautizado en Iruela el 8 de mayo de 1797. Este párvulo murió el 7 de abril de 1800, antes de cumplir los tres años de edad. Así consta en los libros sacramentales, de los que Francisco Cañueto ha obtenido las siguientes imágenes de su registro de bautismo y defunción.
Descartado que nuestro afamado relojero naciese en 1797, Francisco Cañueto siguió investigando. En 1799 nació el segundo de los hijos, Manuel, que llegó a edad adulta, y dos años más tarde se registró el bautismo de José Manuel, el día 19 de marzo de 1801.
El nombre del neófito, José Manuel, respondía a una práctica bastante habitual: combinar el del santo del día con el del padrino.
Después de José Manuel, sus padres tendrían seis hijas más (Vicenta, Paula, Antonia, Eugenia Magdalena, María y Bibiana Catalina) entre 1802 y 1810 y un varón (Juan Manuel) en 1814. Cuando fallecen los progenitores, en 1832 y 1833 respectivamente, ya sólo vivían siete de los hijos, entre ellos el relojero que en las actas de defunción aparece reseñado simplemente con el nombre de José, el segundo en orden de mayor a menor tras su hermano Manuel. Se quedó con el nombre de José porque el primogénito de igual nombre había fallecido un año antes de nacer él y tenía otro hermano que se llamaba Manuel. Para los amantes de la genealogía no es en absoluto una situación extraña.
Por otra parte, es muy probable, casi una certeza, que el propio Losada no supiera su fecha real de nacimiento y el error llegó hasta la tumba. La inscripción en la lápida de su tumba en el cementerio católico de Santa María en Londres, indica que falleció el 6 de marzo de 1870 a los 72 años, cuando en realidad estaba a punto de cumplir 69.
Como curiosidad, Esquire (abreviado Esq.) es un tratamiento de respeto de origen británico que se sitúa sistemáticamente detrás del apellido, generalmente de forma abreviada. Era usado para denotar un cierto estatus social y hasta principios del siglo XX se aplicaba a los miembros de la burguesía que no tenían ningún título de rango superior.
Otro libro sacramental que puede ser muy útil, para contrastar o para suplir al de bautismo cuando este se ha perdido o deteriorado, es el libro de confirmados. Francisco Cañueto lo ha analizado para determinar la fecha en la que el relojero abandonó su localidad natal. El 5 de julio de 1816, en una visita pastoral a Truchas, el obispo de Astorga dio la confirmación a María Conejero (su madre) y a sus hermanos Manuel, Vicenta, Paula, Antonia, Juan, María y Bibiana. José no consta en la relación de confirmados por lo que para esa fecha, con 15 años de edad, ya no estaría viviendo en Iruela, aunque otras circunstancias (una enfermedad, por ejemplo) le podrían haber impedido asistir al acto de confirmación.
Otro investigador, Roberto Moreno García, apunta que se tiene constancia de que llegó a ser oficial de caballería (así se le califica en el R.D. por el que se le concede la Orden de Carlos III en 1854). No pudo ser por haber combatido en la Guerra de la Independencia (mayo de 1808 – abril de 1814) ya que si nació en 1801 era muy joven para participar en actos bélicos y menos aún llegar a ser oficial con 13 años. Es un tema en el que habría que profundizar, como en lo que refiere a dónde y cómo adquiere sus conocimientos de mecánica, relojería, etc. También se desconoce. Sin embargo, es seguro que emigró a finales de 1828, primero a Francia y luego a Reino Unido, a causa de su pensamiento político, de sus ideales liberales opuestos al restablecimiento del absolutismo por parte de Fernando VII durante la Década Ominosa (1823-1833).
Una vez reseñados los escasos datos biográficos de José Rodríguez de Losada en España, hay que tratar de su vida en Reino Unido a partir de 1830, de su producción como maestro relojero y de su relación con Santurtzi. En 1835 ya está establecido como fabricante de relojes en Londres, en el barrio de St Pancras. En 1838 contrajo matrimonio con Hamilton Ana Sinclair, hija de un fabricante de calzado llamado John Sinclair. Ella era escocesa, nació en 1796 y falleció en 1862, a los 65 años.
Con el tiempo, ya instalado en la elitista Regent Street (primero en el 281 y finalmente en el 105) Losada se labró un inmenso prestigio, apareciendo como fabricante de relojes (Watch Manufacturer) en las más acreditadas guías profesionales. Ha pasado a la historia de la cronometría científica por ser el inventor de un sistema de carga de la cuerda con un dispositivo de embrague para cronómetros náuticos. Se convirtió en un hombre rico y respetado. En consonancia, tuvo el respaldo de la más selecta clientela londinense (entre ellos, los Murrieta) y europea en general.
La Casa Real española le encargó varios trabajos. Losada empezó a trabajar en 1857 para la marina española para la que realizó 70 cronómetros. Fue condecorado dos veces con la Orden de Carlos III (cruz de caballero en 1854 y encomienda en 1866) y una vez con la Orden de Isabel la Católica (en su grado de comendador en 1859). Asimismo, se le concede el título de Cronometrista y Relojero de la Casa Real y Armada Militar.
Falleció en 1870, dejando el negocio en manos de sus sobrinos que mantendrán la actividad hasta finales del siglo XIX. En el proceso de ejecución de su sucesión testamentaria aparecen dos nombres conocidos: José Murrieta, hijo de Cristóbal y futuro marqués de Santurce, y Ricardo de la Quintana.
Durante su vida profesional fabricó 6.275 relojes, la mayoría de bolsillo, pero también los hizo de viaje, de cabecera, de sobremesa, de taberna, de torre, de bitácora, cronómetros de marina y reguladores astronómicos. Su obra más conocida es el reloj de la Puerta del Sol en Madrid. Es uno de sus relojes de torre, junto con el del Ministerio de Fomento (no instalado), el de la Catedral de Málaga, el del Colegio Naval de San Fernando de Cádiz, el del Ayuntamiento de Sevilla el del colegio de los Escolapios de Getafe y, por supuesto, el de la iglesia de san Jorge en Santurtzi.
A pesar de su vasta e importante producción es un gran desconocido. Sin embargo, las investigaciones del coleccionista Roberto Moreno García han contribuido a desmentir rotundamente que Losada fuera un mero comerciante de relojes y a que se reconozca internacionalmente su trabajo y competencia en este campo. De hecho, hubo un tiempo en que los relojeros suizos y británicos se dedicaban a falsificar sus característicos relojes y a distribuirlos en el mercado español. Un regulador astronómico (sólo existen dos en España) y el reloj de oro y con gran sonería de la marquesa de Murrieta* (realizado antes de convertirse en marquesa consorte ya que el título nobiliario se crea cuando Losada ya había fallecido) son dos de las piezas favoritas de este coleccionista que identificó el reloj por el que Losada recibió una medalla en la Exposición Internacional de Londres en 1862.
* Creo que en realidad la referencia que he encontrado confunde denominación del título con el apellido del titular: José Murrieta, marqués de Santurce.
Respecto a su relación con Santurtzi, además de su trato con los Murrieta, hay que mencionar el notabilísimo reloj-péndulo de la Escuela de Náutica, uno de los dos únicos que se conocen, actualmente desaparecido (se cree que está en la residencia de los marqueses de Santurce en Santoña) y un reloj de torre, cuya maquinaria original se conserva, aunque no está en funcionamiento. Los dos aparatos fueron donados precisamente por los Murrieta, pero hoy solo voy a tratar del reloj de torre.
Este último reloj fue donado a Santurtzi por Francisco Luciano y Cristóbal Murrieta en 1852. En la escritura pública de donación del reloj (y del primer órgano que tuvo la iglesia de san Jorge, del que trataré en abril), otorgada el 23 de julio de ese año ante el escribano público (notario) Eduardo Vildósola por medio de su representante y cuñado Juan Tomás de Arrarte, se subraya que los donantes se reservan perpetuamente para sí y sus descendientes la propiedad del valioso reloj Losada, a cuyas manos volvería si el reloj se dejara de dar servicio público a los vecinos de Santurtzi.
El reloj fue instalado en la torre vieja, la que fue edificada entre 1844 y 1847, poco después de 1852. Entonces constaba de una única esfera y el mecanismo de sonería accionaba las campanas para señalar las horas y los cuartos. Cuando diez años después se constituye la Escuela de Náutica, el fundador Cristóbal Murrieta recomienda que sean los profesores de la institución los que se encarguen de su mantenimiento. Estos complejos relojes exigen atenciones constantes y el nuestro tuvo que ser reparado en varias ocasiones: en 1887 y en 1891. En la siguiente imagen, la iglesia con la torre vieja hacia 1885. Desgraciadamente no he encontrado ninguna imagen en la que aparezca el reloj.
Poco después, se desmontó cuando se decidió edificar una nueva torre y en junio de 1898 ocupó su lugar en ella. En ese momento parece ser que se le añade una segunda esfera. La instalación del reloj en la nueva torre fue realizada por Alfredo Álvarez que, además, debió renovar o sustituir varias piezas y percibió por todo ello casi 1.900 pesetas. En la siguiente imagen, datada en 1905, se aprecian las dos esferas, una orientada al este y otra al sur.
Durante el siglo XX, su mantenimiento ha sido problemático. El Ayuntamiento destinó una partida en los presupuestos municipales para el mantenimiento del valioso reloj y en principio se nombró a Manuel Ruiz encargado de su mantenimiento (fundamentalmente, darle cuerda periódicamente, cada ocho días aproximadamente). Su labor no estuvo exenta de polémica (quejas por parte del director de la Escuela de Náutica por no seguir sus órdenes e instrucciones).
En 1909 Manuel Ruiz cesa como encargado del mantenimiento del reloj y en su lugar es nombrado Jaime Landa (relojero de la plazuela de Santiago, en Bilbao) al que, por otra parte, se le compra un reloj para el salón de plenos. Jaime Landa desempeña este puesto al menos hasta 1933.
En diciembre de 1948, el sr. Delgado, de la empresa Comercial Suiza, cesa como encargado del mantenimiento del reloj. No he encontrado el inicio de su relación contractual con el Ayuntamiento para el desempeño de esta tarea. En 1968, estaba al cargo del reloj el electricista municipal Ricardo Zapico. No he encontrado más referencias al respecto.
En lo que concierne al número de esferas, en octubre de 1902 Amando Pontes Ávila, director de la Escuela de Náutica, propone al Ayuntamiento consignar 800 pesetas en el presupuesto de 1903 para arreglar el reloj y colocar dos esferas transparentes. En febrero de 1903 se gastan 487 pesetas en arreglar el reloj y en junio de ese año se le informa a Amando Pontes de que no pueden colocarse las esferas por falta de fondos suficientes. En abril de 1906, Juan José de la Quintana se ofrece a costear la instalación de las dos esferas. Parece ser que no se lleva a efecto porque en marzo de 1915, el Ayuntamiento toma el acuerdo de instalar tres esferas. No sé si se trata de un error al transcribir las actas municipales, puesto que ya había dos esferas, o que se aprovecha para colocar dos nuevas y reparar una de las ya existentes. En la siguiente imagen, de 1915-1916, se observa ya la esfera orientada al norte.
En 1939 las cuatro esferas no están en buenas condiciones, a causa de los bombardeos durante la guerra civil, y se decide sustituirlas por otras nuevas. Se compran a la empresa Viuda de Murua (Vitoria-Gasteiz) a razón de 400 pesetas por cada esfera y 225 por cada protector. Además, el Ayuntamiento correrá con los honorarios del encargado de su instalación, fijados en 500 pesetas.
Pasa el tiempo y el reloj se va deteriorando. En 1970 deja de funcionar. En 1982 se arregla. Es interesante el artículo publicado en El Correo el 26 de diciembre de 1982, aunque incluye algunos errores.
En 1983, se aprueba la sustitución de las cuatro esferas de Viuda de Murua por otras nuevas, que llevan la inscripción Ayuntamiento Santurtzi. Los trabajos se realizan en 1984. La siguiente fotografía de las cuatro esferas es obra de Alfredo Bilbao.
De los engranajes del reloj solo tenemos unas fotografías tomadas por Danel Bringas en mayo de 2018. Está en muy malas condiciones, cubierto de excrementos de paloma.
La dificultad de solucionar los problemas que, con frecuencia, presentaba el reloj puede ser la razón para instalar un reloj eléctrico, más moderno y sencillo, en lo alto de la fachada de la casa consistorial. El proceso administrativo fue rápido: se adjudicó en junio a la empresa Santos Caballero, lo instaló Porfirio Castrillejo Ruesgas y se inauguró el 16 de julio de 1971. Su coste fue de 92.000 pesetas. La esfera de este reloj también ha sufrido modificaciones pasando de ser rectangular a circular en un momento indeterminado por el momento.
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